Rita Pauls & Federico Luis Tachella
Mi perro, yo, el universo y mi hermana
Argentina



La primera vez que lo vimos, Lisandro bailaba parado sobre el lomo de un monumento a un burro. Fue durante un concierto en la plaza de San Javier, un pueblo de montaña. En pocos segundos nos contó que soñaba con vivir en una casa rodante con gatos y amigos, que estaba pensando qué clase de trabajo iría bien para sostener ese estilo de vida que imaginaba, pensó en hacer repartos, le sugerimos bailarín ambulante. Nos deslumbró y no nos volvimos a ver.

Cuando empezó el taller, volvimos a buscarlo. Nos sentamos en las mesas de la heladería  de sus padres y esperamos que apareciera.

La tradición de los videos familiares dice que los padres filman a los niños. Cuando nos conocimos con Lisandro, notamos que tenía mucho para decir y al darle la cámara, su percepción encontró un lugar para desplegarse. La relación de poder se invirtió: quien filma ahora es el niño. Sus dedos se meten en el lente y la jerarquía familiar se distorsiona. Lisandro usa la cámara como una lanza para pinchar a las personas e intervenir la realidad. Es él quien tiene la palabra y el poder sobre la imagen.

Nos corrió de una mirada “adultocéntrica” y nos hizo entrar en otro mundo.



Crear la ilusión de ser ese niño.

Estar dentro de su cabeza.

Ser su cuerpo.

Seguir su mirada.

El mundo interior. Las capas de él. Sábanas/habitación. Casa y los polvos.

Moverse, ver y sentir desde una perspectiva muy distinta a la nuestra: esa cosa que apareció el primer día de tirarse en la alfombra y ver desde el lugar del otro.

¿Hasta qué punto controlamos lo que parece incontrolable?

Un juego que se va haciendo a través de la colaboración. La propuesta se va multiplicando y entre todos tratamos de ver cuál es el juego más divertido que podemos jugar.

El niño como huracán.





Mark