Un dulce de leche
Colombia / México
La primera vez que nos vimos con Manuel fue en frente de su casa en la colonia Escandón de la Ciudad de México. Estaba sentado en su silla caminadora tomando el sol y viendo a la gente pasar. Nos saludamos, a él le cayó bien que me dedicara al cine e inmediatamente manifestó que quería conocerme más. Comencé a frecuentar la casa de Manuel y Ana María, su hija, unas dos veces por semana. Manuel tiene 92 años, pero jamás dejó de ser un niño. Nuestro vínculo se desarrolló en un terreno de juego constante en el que los perros hablaban, el barrio era un set de Hollywood, los humanos podían volar y los gatos se alimentaban de dulce de leche. No sé si creo en las casualidades o en el destino escrito, pero con Manuel sospechamos que en otra vida fuimos “abuelo y nieto” y ahora estamos cumpliendo con la vieja promesa de reencontrarnos en este nuevo ciclo.
El amor es aceptar a los demás tal y como son. Dios no comete errores, todos somos como somos porque él lo quiso así. El desamor es el verdadero pecado. Robar, matar, mentir, eso hace parte de la condición humana. Vinimos a aprender a este mundo, a cometer errores. Dios perdona todo. Pero lo que no perdona, es el desamor. El amor es medicina.
Manuel Nava
Manuel en un segundo desarmó los miedos de Juanma y tomó las riendas del momento: “…y más allá de todo, lo que importa es que te quiero. Cualquier cosa que te pase, lo tratamos como familia.” ¿Cómo puede ser que, por el DIP, Juanma siendo incluso de otro país, en mes y media haya hecho una nueva familia?
Carmen Rivoira