Carmen Rivoira

Me gustaría filmarte bailando

Argentina



Paré un taxi para ir del centro hasta mi casa, con muchas dudas porque iba a ser muy caro. Cuando entré sentí que estaba en el auto de una persona muy joven, manejaba un hombre con boina vestido de colores. Miré mi celular durante 15 cuadras en silencio. Nos frenamos en un semáforo y unos gritos en la calle me hacen levantar la vista. Un loco cruzaba la senda peatonal hablando solo. El conductor me dice: siempre quise hacer una película sobre la gente que habla sola. Lo miré por primera vez, y me di cuenta de que era viejo. Hablamos hasta que me dejó en mi casa, me recomendó muchas películas y las anoté todas, yo le recomendé otras, pero no las anotó. Antes de bajarme guardé su teléfono en mi cuaderno.

Ico siempre quiso juntarse conmigo para hablar de él. Se  aseguraba de verme apoyar el grabador en la mesa y registrar nuestras conversaciones enteras. La primera vez le propuse hacerle preguntas muy personales. Lloró en un café donde mucho tiempo antes se juntaba con sus amigos a jugar al ajedrez. Lloré con él. Nunca terminé de entender lo que nos unía, pero yo seguía llamándolo y él seguía atendiendome. “No te pierdas pebeta, vayamos a comer sushi o tomar café”.

Creo que a los dos nos recordó la magia de lo impredecible. Un día, sin el más mínimo previo aviso, me encontré viendo las fotos de la infancia de un señor desconocido. Ese mismo día, él se encontró mostrándole las fotos de su infancia a una joven desconocida.
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Ico Godoy tiene 79 años. No es mi abuelo, ni mi amigo, ni mi tío, ni mi novio, pero nos queremos. En total viajé en su taxi más de 5 veces, almorzamos 1 vez, nos tomamos un café 2 veces, visitó mi estudio 2 días distintos, me llevó a su club 1 tarde, y fuimos 1 noche a la milonga. Filmé todas. Ésta fue la octava y última vez que lo vi.
Mark